Permíteme morir
en tu regazo frio,
dueña de la vida,
porque tu rostro es níveo
de luna muerta
y asoma por tu falda
la tiniebla,
pálida
como flores con dos labios,
y cuando nada a tus ojos
ya importa,
manchado de tu sal
sobre mis manos
agoniza un libro de poemas.